¡O’Bourque alcalde!
De todas las anécdotas de mi padre, ninguna se le puede comparar a la de Don Manolo O´Bourque y Cabrera. Era éste un personaje quijotesco que como tal, rayaba – casi -- en la locura. Así como Don Quijote de La Mancha deseaba y se imaginaba ser caballero andante, a O´Bourque le dio por ser alcalde de mi ciudad natal, Cienfuegos.
Pertenecía a una de las familias de más abolengo de la provincia, pero venida a menos económicamente. Manolo, con sus setenta y tantos años para la época de este cuento, irradiaba clase y postura social y era, además, un fiel concurrente a la “Barbería de Próspero”, que era uno de esos lugares en donde se reunían los cienfuegueros a sociabilizar y a pasar un buen rato en compañía de amigos. O´Bourque, a quien jamás se le vio vestido con otro atuendo que no fuese su clásico y oscuro traje de tres piezas, también era un hombre preparado académicamente. Solterón, vivía en los altos de una casa que quedaba en la Calle Hourrutiner, entre las calles San Carlos y Santa Cruz, cerca del Colegio El Apostolado y en los predios del “Cacinete” que funcionaba por las noches en la “Barbería de Próspero”.
Don Manolo O´Bourque aspiraba a ser alcalde de la Perla del Sur y mi padre – Richard Alonso --, un joven mozo para la época, se constituyó en su jefe de campaña. Esa inspiración le venía a nuestro personaje desde el comienzo de siglo y fueron los miembros más ancianos del “Cacinete” en pleno, quienes le metieron entre ceja y ceja esa no tan descabellada idea, pues de haber llegado a ser Don Manolo alcalde de Cienfuegos, quizás, aún con su dibujada locura, hubiera sido, tal vez, mejor que todos los cuerdos que por nuestro municipio pasaron.
O´Bourque, llegado el año de 1954, tenía aspiraciones serias, las cuales fueron tomadas por mi padre a broma; se habían reunido, en este caso, un loco y un enloquecedor. Si el Manco de Lepanto se hubiera inspirado en mi padre para crear a Sancho Panza, su obra maestra literaria no hubiera llegado a la imprenta; Don Manolo era un soñador: mi padre era un jodedor.
A la toma del poder del General Fulgencio Batista, en 1952, nombró al Coronel Enrique Borboné como Jefe Civil y Militar de la Plaza de Cienfuegos, y por añadidura: alcalde de facto de la ciudad. Dos años después el Concejo de Ministros del General se aprestaba para buscarle un sustituto a Borboné a fin de que se encargara de la alcaldía. Ya habían nombrado al Capitán Santiago Díaz como Jefe Militar. Faltaba conseguir un alcalde.
Dentro de este panorama como escenario de la época, se le hizo creer a Don Manolo que su nombre había sido propuesto para ser colocado como la máxima autoridad del municipio de Cienfuegos, en la provincia de Las Villas. La cosa, según los cálculos de mi padre y el “Comité Pro O´Bourque”, estaba entre éste y un tal Manolo Hidalgo, quien también sonaba para el cargo.
Se arrancó una campaña para promover ante los ojos del Concejo de Ministro, el nombre de Manolo O´Bourque Cabrera, como la alternativa de poder para Cienfuegos, una vez que fuese trasladado el Coronel Borboné a la ciudad capital.
El slogan de la campaña era simple: "¡O´bourque Alcalde!" Pasaron los años y los años y ya en el exilio -- hombre yo -- cada vez que mi papá se reunía con los amigos en Puerto Rico o Miami se saludaban empleando aquel mismo slogan electoral: "¡O´bourque Alcalde!", alzando la mano al estilo de Hitler y sus seguidores del III Reich; no sólo era el grito de guerra entre los cienfuegueros del grupo: ya en el destierro, entre los amigos venezolanos del “Caracas Theater Club” donde nos hicimos socios, mi papá implementó el slogan del 54 para saludar y despedirse: "¡O´bourque Alcalde!"... en realidad muy pocos saben la historia de Don Manolo, tal y como estoy a punto hoy de relatar.
Don Manolo O´Bourque había siempre manifestado sus aspiraciones de “candidatearse” para alcalde de Cienfuegos; eso no era ninguna novedad, sobre todo para los asiduos concurrentes a la “Barbería de Próspero” y al famosísimo “Cacinete”. La novedad era que mi padre había decidido tomar las riendas de esas ilusiones y montar a su candidato en el tranvía de la locura desenfrenada que hizo gala durante esas embrujadas semanas que vivió aquella ciudad tan permisiva.
El complot enloquecedor contaba con la necesaria complicidad del Coronel Enrique Borboné, amigo íntimo de papá, quien complementó aquella aventura surrealista que conmocionó los cimientos políticos -- y politiqueros -- del Cienfuegos de la época.
Si alguna vez hubo una campaña eficaz y alegre, esa fue la campaña que puso ilusoriamente a nuestro personaje en la ruta efímera hacia la alcaldía cienfueguera. El jingle, en ritmos de conga y entonado por el “Conjunto Alcalé”, tenía una letra pegajosa:
“Manolo O´Bourque será, alcalde municipal... Manolo O´Bourque será, alcalde municipal: lo llevaremos a la alcaldía por el Partido Liberal... lo llevaremos a la alcaldía por el Partido Liberal!"
Tara tatata tatá, tatata taratatá... El agudo clarín penetraba el alma del más lerdo... los timbales en su frenesí, reventaban sus cueros para anunciar que había un candidato presto a tomar posesión: ¡Manolo O´Bourque!
El cienfueguero -- siempre hambriento de comparsa -- se divertía con el personaje y éste deliraba al punto máximo de la locura bien encarrilada, si eso fuese posible. Don Manolo iba a ser, de algún modo, alcalde de todos los cienfuegueros, y eso, aunque fuese por el breve y fugaz lapso de unas horas.
El jefe de finanzas era Tony Leal, quien al dejar este mundo lo primero que hará en el otro será preguntar por mi padre para seguir la fiesta en el más allá. El jefe de propaganda era el gordo Domingo Elguezabal ("Mingo Dulzura", para sus amigos de siempre) y el director político: Felipe Cacicedo, socio y uña-y-carne de mi padre de toda la vida. En el grupo de los fiesteros cienfuegueros que constituían el llamado Comité, estaban Vicente "Cuco" Fornia, Esteban Cacicedo, Oscarito Meruelo, Orfilio Capote, Marcelo Arroyo y el Bebo Llerandi. Una mezcla enloquecedora para un loco que poca ayuda necesitaba para seguir enloqueciéndose.
La campaña costó miles de pesos, que equivalía para la época a miles de dólares. La propaganda fue cuidadosamente escogida y hubo muchos que pensaron que un tal O´Bourque se estaba postulando para unas supuestas elecciones municipales, que nadie había anunciado. El lema político del candidato, luego de su discusión y aprobación, fue: "¡Manos limpias y honestas al Poder Municipal...!" Don Manolo O´Bourque tenía ya su maquinaria electoral.
En la calle Argüelles había un estudio que le pertenecía a un tal Femenía, donde se producían discos. Femenía había sido dueño de “Radio Tiempo”, la estación de radio cienfueguera que quedaba en Prados y la calle San Carlos.
En los estudios de Femenía se cortó un disco de 75 r.p.m., cuidadosamente narrado por un locutor de “Radio Tiempo”, cuyos efectos especiales habían sido copiados de la “CMQ” habanera, en especial el “tara ta tá” que precedía los flashes noticiosos de aquella internacionalmente famosa estación radial, donde el mundo conoció por primera vez la novela “El Derecho de Nacer”. El disco, que había sido producido por mi padre y que por desgracia no salió de Cuba, fue una obra maestra del engaño. Si la C.I.A. hubiera tenido conocimiento de aquella producción, hubiéramos tenido un mejor futuro en Washington una vez dejada la patria rumbo al exilio.
"¡Tara ta tá!!" ¡Flash, flash, último minuto, aquí CMQ, transmitiendo desde La Habana... dentro de pocos minutos estaremos llevando la decisión del Concejo de Ministros en donde se decidirá quién será el hombre que forjará el futuro político de Cienfuegos desde el Ayuntamiento Municipal... hasta ahora se perfilan dos alternativas: Don Manolo O´Bourque Cabrera y el ilustre cienfueguero Manolo Hidalgo... uno de estos dos prominentes ciudadanos llegará a la silla municipal y dirigirá esa ciudad por los próximos años... seguiremos informando..." (música de relleno) "Flash, flash, ¡última minuto!, aquí CMQ transmitiendo en vivo y en directo desde las puertas del Palacio de Gobierno en La Habana y para toda la nación... en minutos aportaremos extraordinarias informaciones sobre el futuro alcalde de la ciudad de Cienfuegos... manténganse en sintonía..." (de vuelta a la música...)
Al lado de la “Barbería de Próspero” había una tienda de artefactos eléctricos en donde se vendían tocadiscos, radios, discos y demás efectos del ramo que pertenecía a un gran amigo de mi padre llamado cariñosamente “el Moro Canací”. Aprovechando los conocimientos técnicos “del Moro”, se colocaron estratégicamente una bocinas en el escaparate donde Próspero guardaba las toallas, justamente detrás de un antiguo e inmenso radio que se mantenía prendido a toda hora, al cual jamás se le prestaba atención alguna. Ahora aquella barbería, convertida en el “Comando de Campaña” de Don Manolo, estaba lista para llevar a cabo el original plan que hoy forma parte de la historia de nuestra ciudad natal.
Virtualmente cientos de personas aguardaban fuera de la barbería el inevitable momento de la declaración de victoria del candidato más pintoresco que hubiera dado la ciudad de Cienfuegos.
"Flash, flash, último minuto, aquí CMQ informando... nos hemos enterado que ya hay un veredicto definitivo sobre el próximo alcalde de la ciudad... parece que la decisión del Concejo ha sido bastante reñida y que da por vencedor a Manuel... ¡a Manuel Hidalgo!, sin embargo, esto no ha podido ser confirmado aún.... seguiremos informando... " (de vuelta a la música)
La gritería era ensordecedora. Mi padre comenzó a gritar: "¡Traición, traición!" y la chusma que estaba afuera lo imitó: "¡Traición, traición!" Don Manolo – abatido por la recién anunciada derrota -- se echó sobre la silla principal del barbero Próspero... el ambiente enloquecía al más cuerdo. De pronto paró la música (del disco) y se oyó la voz clara y triunfante del contratado locutor: "¡Un momento! ¡Aquí CMQ anunciando la verdad! Atención: ha habido una confusión en los informes obtenidos y aquí está el veredicto final inapelable... el próximo alcalde de la ciudad de Cienfuegos, Las Villas, Cuba es: (una bien taimada pausa) ¡Don Manuel O´Bourque y Cabrera!
Los gritos no se hicieron esperar. La turba deliraba y Don Manolo hizo crisis. "¡Aire, aire, por favor! ¡Dejen respirar al alcalde! ¡Abran paso!", gritó algún asistente en un frenético ir y venir mientras Próspero le robaba migajas de oxigeno a la atmósfera y las empujaba dentro de las narices de O´Bourque agitando un toallín de esos que usaba cuando afeitaba barbas.
En brazos de la multitud llegó a flotar Don Manolo al ser arrebatado por la turba de la inadecuada protección del barbero. El eco debió retumbar en su inconsciente, pues fueron momentos perdidos para él ya que su débil mente le hizo una sucia jugada y se le escapó durante esos instantes de absoluto frenesí colectivo: "!O´Bourque, O´Bourque, O´Bourque...!!! A Don Manolo se le fugó el momento de su máxima gloria... ¡estaba inconsciente!
En brazos de su plana mayor, quien logró recuperarlo, fue a parar al Naranjito, local que quedaba justamente en frente de la barbería, donde le echaron agua fresca en la cara y le dieron de beber un brebaje espirituoso que lo trajo lo más cercano posible a la conciencia. O´Bourque, ya semi despierto, deliraba de rabiosa emoción: "¡Señores, se me ha hecho justicia... hemos triunfado!... ¡Richard, Richard! ¿dónde está Richard?", llamaba en un total frenesí a mi padre.
"¡Vamos a tomar la Alcaldía!", gritó un compinche del arrebato, y salió la turba, con mi padre y Don O´Bourque al frente de la caravana triunfante, montados cuales reinas de carnaval en la cuña convertible de Esteban Cacicedo, rumbo a las oficinas del alcalde interino.
En el trayecto hacia la alcaldía – la cual quedaba en el Palacio Municipal frente al Parque Martí -- la caravana municipal decidió primero dar un recorrido por el casco central de la ciudad y así tomaron la calle San Fernando rumbo al Prado, le dieron la vuelta a éste para luego acceder a la calle San Carlos en dirección al Parque Martí. El pueblo saludaba a aquellos celebrantes sin percibir exactamente por qué tenían que saludarlos. Don Manolo era el centro de atracción de aquella caravana sin sentido que transitaba a menos de cinco kilómetros por hora por un Cienfuegos totalmente ajeno de lo que sucedía.
Al pasar la caravana de O´Bourque por casa del Dr. Nino Ortega, aquel famoso psiquiatra cienfueguero, éste le gritaba: "¡Nino, Nino, buenas noticias, buenas noticias... el Concejo de Ministros me eligió alcalde de nuestra ciudad... buenas noticias, buenas noticias...!" Lo mismo se repitió cuando pasó por delante del “Cacinete”: "¡buenas noticias, buenas noticias...!"
Como era parte del libreto, el Alcalde Borboné estaba esperando en su despacho la llegada de la caravana quijotesca y mandó a sus escoltas que le presentaran armas a Don O´Bourque tan pronto hiciera presencia en el Palacio Municipal. Manolo caminaba ahora con furiosa rabia, presto a comerse el mundo y a dirigir los destinos de sus súbditos a partir de esa misma mañana. No era menester esperar a ser investido en ceremonia protocolar; había mucho que hacer y él estaba allí, precisamente, para hacerlo. Don Manolo O´Bourque era ahora -- al menos en su delirio -- el nuevo alcalde de la hermosa y tan recordada ciudad de Cienfuegos, lo más cercano de lo que estaré en mi vida a un paraíso terrenal.
El Coronel Borboné quien lo esperaba sentado en el escritorio de la máxima autoridad municipal, al final de un larguísimo pasillo, se levantó inmediatamente que la hidalga y siempre elegante figura de Don O´Bourque se asomó en el principesco despacho. Estas fueron las palabras del alcalde saliente para con el alcalde entrante: "Alcalde, esta es su poltrona... este es su lugar...disponga Ud. del sitio que por ley le pertenece."
Una vez en el escritorio de alcalde, a Don Manolo no se le ocurría nada y los ánimos se estaban aplacando. Fue mi padre, sin embargo, quien brincó con una genial idea: "¡Pal Pan American!". Fue así como agarraron a O´Bourque por un brazo y muy a su pesar, lo llevaron a celebrar al “Restaurante Pan American”, a las puertas del romántico malecón cienfueguero, donde tantos novios habían contemplado las luces nocturnas de los barquitos camaroneros que hicieron famosa a la Bahía de Cienfuegos. El pueblo, por supuesto, estaba invitado.
El “Pan American”, que como ya dije, quedaba a la entrada del malecón de Cienfuegos, había sido el aeropuerto de los antiguos aviones acuáticos que la empresa aérea del mismo nombre utilizaba para el transporte de pasajeros. Allá fueron a dar los vencedores de aquella pintoresca y abstracta elección municipal, que más que elección era – supuestamente -- una asignación a dedo del dictadorzuelo Fulgencio Batista. Luego de tomar cualquier cantidad de botellas de ron Bacardí, llegó “la dolorosa”. Tal como ya estaba arreglado con Valentín, el propietario del restaurante, mi papá le gritó desde su asiento: "¡Valentín, pásale la cuenta a la Alcaldía!"... de inmediato Don Manolo se levantó de su asiento y golpeando la mesa con sus dos puños, un tanto a lo Benito Mussolini, muy en contra de su normal y apacigüe proceder, respondió enérgicamente: "¡ESO NUNCA!" Había comenzado en Cienfuegos la época de la honradez política, aunque solo fuera en la imaginación de Don Manolo O´Bourque y por el breve lapso de unas horas.
Manolo O´Bourque había tirado la toalla en el “Pan American”, producto de los tragos ingeridos y de su poco entrenamiento en eso de beber licor... no era un tomador consuetudinario y pidió, más temprano que tarde, que lo llevaran a casa. Al pasar por el “Cacinete” solicitó que lo dejaran bajar del vehículo que lo conducía para departir con sus amigos de siempre. Era el momento de clímax en su vida política y eran aquellos viejos compañeros quienes lo habían puesto en la ruta hacia la alcaldía cienfueguera, a la cual hoy había llegado luego de décadas y décadas de manosear ilusiones en aquellas tertulias interminables bajo la cálida luna tropical de nuestra añorada ciudad de Cienfuegos. Sus viejos amigos de siempre le estaban esperando; era el momento de determinar los cuadros políticos que ejercerían el poder. Don Manolo jamás pudo ser más feliz... su comando de campaña, mientras tanto, seguía festejando por su cuenta aquella chucuta victoria. La fiesta continuó bien entrado el siguiente día.
Eran las nueve de la mañana del primer día laboral cuando sonó el teléfono en el despacho de mi padre. Los familiares de O´Bourque lo llamaban para insultarle. No había manera ni forma que Don Manolo desistiera de la convicción de instalarse en el Despacho Municipal. El propio O´Bourque pidió hablar con él para que le explicara qué había pasado. Mi padre no atinó a una explicación coherente y si a ver vamos, tampoco la coherencia era un factor decisivo en aquel calidoscopio de locura. Hoy no sabemos cuándo ni cómo O´Bourque entró en razón y desistió, temporalmente, de reclamar la alcaldía de Fernandina de Jagua. El tiempo nos ha oxidado a todos la memoria y ha dejado un bache mental que no da paso a lo exacto; quienes pudieran recordarlo, están hoy descansando en paz, unos en Puerto Rico y otros en Miami. Lo cierto es que Don Manolo entró en cordura de alguna manera y comprendió que la Alcaldía de Cienfuegos, todavía, no sería suya.
Don Manolo O´Bourque y Cabrera, hijo ilustre de la ciudad de Cienfuegos, pasó un tiempo aislado en meditación y su ausencia era notada todos los días en la “Barbería de Próspero y en el “Cacinete”, por las noches. Un día, cuando aquellas elecciones habían hecho historia, para sorpresa de todos, se apareció en la “Barbería de Próspero”, el eterno aspirante y abriendo las puertas de par en par con ambas manos y con el empuje decisivo del hombre predestinado a ser alcalde por los designios divinos, convocó a su comando para que sin pérdidas de tiempo se declararan en campaña. Inmediatamente, mi padre y todos sus cómplices desempolvaron el famoso slogan que tantas veces he oído repetir a lo largo de mi vida: "¡O´Bourque Alcalde!"
Don Manolo murió en la total indigencia ya viejito, sin familia y absolutamente destruido en la Cuba comunista de Fidel Castro. En la carta recibida desde Cienfuegos donde se le anunciaba a mi padre de su muerte, se incluía el recorte de un periódico revolucionario de mi pueblo en el cual aparecía O’Bourque proponiendo la creación de una alcaldía municipal a la imagen y semejanza de su quijotesca locura. Noté una lágrima correr por la mejilla de mi ya-no-tan-mozo padre y mientras elevaba su vista al cielo, buscando en el infinito la imagen de Don Manolo, creo que lo oí decir para sí, como pidiéndole disculpas por todos los ratos de fiesta que a su costa vivió en su juventud: “¡O’Bourque Alcalde!”
del libro “Memorias de Cienfuegos” de Robert Alonso